OBRA NARRATIVA

 

 


Cuando se proviene de un periodo largo y de una inclinación natural a la elaboración  de versos, atreverse con la prosa parece todo menos cuerdo. La versificación admite y concede una libertad que la narración no soporta, por mucho que uno intente colocarse al margen, inventar una nueva tendencia o dar a sus relatos un aspecto y una profundidad hasta ese momento desconocida (propósitos todos ellos particularmente inútiles, por otra parte), con lo que se incurre en riesgos difícilmente asumibles.

Hay quien sostiene que el narrador no es el autor, lo que nos preserva o trata de preservarnos, a quienes nos atrevemos a mancillar la blancura de una página con nuestras impertinencias, del agudo poder lacerante de una critica adversa o de acusaciones de pedantería y osadía diversas. Otros consideran que el autor está, permanece, siquiera en pequeñas proporciones, en el narrador, lo que produce efectos contrarios, claro está: ya se nos pueden imputar desenvueltamente insolencias o audacias excesivas e inoportunas. En todo caso, se opte por una u otra aseveración, el acto mismo de plasmar en palabras, sobre una hoja en blanco, realidades o ficciones propias, comporta un proceso de desnudez paulatina de su artífice que no es en absoluto cómodo para nadie a causa de sus consecuencias a medio plazo, ya sean el éxito o el fracaso, secuelas ambas no demasiado cómodas de digerir.

Objetivar lo subjetivo a través de la narrativa ha requerido, pues —al menos en mi caso—, de una cierta dosis de irresponsabilidad, de unas gotas de negligencia y de unos tragos largos de pensamiento mágico. Me he atrevido a dar vida a personajes, a concebir situaciones, a pintar escenarios, y lo he hecho, además, desde una propuesta totalmente hedónica, por mi propia satisfacción, sin pensar en futuras ventas o en improbables éxitos, como quien redacta un diario exclusivamente para sí mismo

No puedo negarme a mí mismo ni a quien se aventure en mis páginas, eso sí, una absoluta honestidad en el logro de una manufactura legible, a través de un proceso de redacción, revisión, corrección y maquetación lo más exhaustivo posible, a fin de que pueda juzgárseme libremente desde la óptica estética de cada cual, pero también esforzándome en quedar completamente exculpado de desidia o de deshonestidad, tal y como intento en cualquier circunstancia y ante cualquier desafío.

Jorge Luis Borges dijo: “No creo que las ideas sean importantes. Un escritor debería ser juzgado por el placer que da. Y por las emociones que provoca”. Yo, si alguna de mis líneas, frases o palabras llega a ser capaz de suscitar una emoción placentera en un lector, quizá de algún modo inimaginable se haya justificado esa urgencia mía de redactarla.


© PABLO CABRERA 2024

 

Imagen: máquina de escribir Hermes propiedad del autor. Regalo recibido en su 14º cumpleaños (1978).
 

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