OBRA POÉTICA

 

 

Alguien en cuya honestidad confío sin restricciones afirmó recientemente que  mi "idioma" era la poesía. Y creo, sin ánimo de jactancia, que acertó plenamente. Considero que, desde muy joven, subyacía en mí una inclinación innata hacia "esa cosa liviana, alada y sagrada", como la definió Platón.

Yo no sabía qué era exactamente aquello que llamaban poesía —quién podría saberlo—. Pero recuerdo esa sensación intrínseca, inefable, que me producía leer o escuchar palabras que destilaban una musicalidad cuyos arcanos aún no me habían sido desvelados ni siquiera por aproximación. Descubrir a Becquer y a aquellas oscuras golondrinas promisorias que volverían a colgar sus nidos del balcón de la amada del poeta; a Gloria Fuertes, con cuyos poemas para niños no me identificaba de pequeño, pero que hoy me parecen de una ternura y de una calidad indiscutibles, y que con tres ceros podía escribir "y0 0s quier0"; y sobre todo, toparme de bruces un día, durante mi servicio militar, con unos versos en francés (cuando yo aún no hablaba francés) que rezaban: "J'aime deux choses, la rose et toi; la rose pour un jour et toi pour toujours" ("Amo dos cosas, la rosa y a ti. La rosa para un día y a ti para siempre"), y cuyo autor a día de hoy desconozco, fueron una especie de trampolín hecho de palabras que me ayudó a saltar al abismo de la lírica. 

A partir de ahí, con más torpeza que acierto, comencé a esbozar mis primeros poemas, al principio remedando a otros autores a los que empecé a frecuentar, entre ellos, cómo no, el infaltable Pablo Neruda; al igual que aquellos primeros maestros impulsores, mis primeras musas me permitieron seguir adelante en un principio y quedaron luego generosamente atrás en un confortable limbo, el mismo en el que yo resido de manera muy apropiada para unos y otras; pero durante muchos versos,  fueron el alimento de mis incursiones más ingenuas y de mis ensueños más artísticos.

Con el tiempo, y con la incuestionable asistencia de ese gran Maestro, Poeta y Amigo —mayúsculas deliberadas inclusive— que fue don Luis Natera Mayor (1950-2013), poeta y catedrático de francés cuyo retrato, pintado magistralmente por mi hermano, Orlando Cabrera, encabeza este texto, y quien me convenció de que mis versos merecían salir de los cajones en los que vegetaban, fui hallando una voz relativamente propia, y tuve incluso la inmensa dicha de que una editorial tinerfeña, Ediciones Idea, apostara por mis estrofas desconocidas y publicara, en unas tiradas que no por modestas eran menos elegantes o meritorias, mis primeros cuatro poemarios: "Para dos soledades", "Habitar el otoño", "Elogio de la incertidumbre" y "Canción de octubre". Recientemente, y ante la cada vez más intensa certeza de mi inevitable eclipse vital, he decidido tomar las riendas de la publicación de mi obra y me he lanzado a la autoedición a través de la plataforma Amazon KDP, lo que me ha permitido dar forma de libro a tantos versos que habían aguardado, adormecidos durante demasiado tiempo, su oportunidad de ver la luz.

Y aquí estoy en este hoy fugaz, habitando este blog en compañía de mis criaturas, con la esperanza de que siquiera una de las líneas que haya escrito alguna vez sirva para sacudir con amabilidad el alma de al menos un lector. Con eso ya quedarían medianamente justificados mis pasos por esta senda incognoscible que llamamos existencia. Me quedan por delante, si las circunstancias me lo permiten, sacar al sol de mi otoño algunos versos más. Pero eso ya forma parte del nebuloso mundo de la especulación. Lo iremos acreditando —quizá sí o quizá no—, ustedes y yo.


© PABLO CABRERA 2024


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