RELATOS: "1940" (SUITE TARDÍA)
“La angustia es el vértigo de la libertad”. (Søren Kierkegaard)
Es el viento que silba incansable en la ventana, el viento que azota como un ladrido la guirnalda y los oídos, el viento que suscita la más cruel añoranza de tiempos irrepetibles, el viento que se ha llevado sus mejores ilusiones. Lo reconoce a la perfección. Su cántico es el mismo, su monotonía no conoce límites, su hostilidad hacia la más mínima sensación de calidez es un plagio y su voluntad de melancolía invade cada rincón de la habitación y se funde en un frío abrazo con su alma fatigada.
Es París, que quizá prefiera a los seres ciegos de amor, a los que en un café cualquiera reían, no hace mucho, a carcajadas, bebían alcohol fraudulento y fumaban tabacos recios, a los que impregnaban lienzos con los colores que proyectaban para sus jornadas sombrías, que en la noche vagaban por sus calles solas en pos del amanecer. Es París, que no sabe cómo alzar la mirada.
Es París, cansada de botas, hastiada de agravios, asqueada de sangre, repugnada de barrotes, espantada de gritos. Es París, que en aquel pavoroso 1940, no se atreve a mirarse al espejo.
Es el viento que silba junto a la guirnalda, el viento que azota cruel toda añoranza, el viento que suscita el incansable ladrido de aquellos hombres altos y ataviados de perversidad que, en su búsqueda de un mundo mejor, atisban a través de la ventana de una vieja casa de la Rue des Rosiers, al acecho de alguien cuyas ilusiones ya se han desmenuzado en un reiterado batir de alas viejas.
Es París, que quizá prefiera a los seres ciegos de amor, a los que en un café cualquiera reían, no hace mucho, a carcajadas, bebían alcohol fraudulento y fumaban tabacos recios, a los que impregnaban lienzos con los colores que proyectaban para sus jornadas sombrías, que en la noche vagaban por sus calles solas en pos del amanecer. Es París, que no sabe cómo alzar la mirada.
Es París, cansada de botas, hastiada de agravios, asqueada de sangre, repugnada de barrotes, espantada de gritos. Es París, que en aquel pavoroso 1940, no se atreve a mirarse al espejo.
Es el viento que silba junto a la guirnalda, el viento que azota cruel toda añoranza, el viento que suscita el incansable ladrido de aquellos hombres altos y ataviados de perversidad que, en su búsqueda de un mundo mejor, atisban a través de la ventana de una vieja casa de la Rue des Rosiers, al acecho de alguien cuyas ilusiones ya se han desmenuzado en un reiterado batir de alas viejas.
© PABLO CABRERA 2021
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