RELATOS: "RECUERDOS DE REICHENBACH" (CRÓNICAS ANÓMALAS)
RECUERDOS DE REICHENBACH
“No existe una combinación de sucesos que la inteligencia de un hombre no sea capaz de explicar”. (Sherlock Holmes)
Cuando Sherlock Holmes vio bajar de aquel barco a su viejo conocido, el Profesor Moriarty, una leve mueca ininteligible cruzó su rostro.
Watson, a su lado, leía distraído el periódico de la mañana, que acababa de entregarle el vendedor ambulante, un jovenzuelo con aspecto de rufián.
—Escuche, Holmes, el “Cormoran of Wight” trae desde Canadá un cargamento de pieles de caribú y tres pasajeros, incluido el “prestigioso Profesor Moriarty”, según el editorial… ¿Me ha oído?
—Sí, Watson. Perfectamente. Y me parece risible su comentario, ya que estamos justo junto a ese barco y, si no me equivoco, aquel que baja por la pasarela es el mismísimo interfecto…
—¡Por todos los diablos! ¡Tiene usted razón! ¿No vamos a hacer nada?
Por toda respuesta, Sherlock Holmes guardó su lupa, con la que observaba unas cajas de madera que supuestamente contenían vino añejo de Borgoña, y enfiló hacia el acreditado pasajero, que ya se encontraba al pie de la escala, a la espera de que uno de los mozos de carga le siguiera con su equipaje. Apretando el paso y levantando ostensiblemente la voz, el detective espetó al científico:
—¡Moriarty! ¡Ni un paso más!
El afamado profesor se detuvo. Impasible, dejó que Holmes se aproximara hasta una distancia casi impropia.
Las miradas que se cruzaron ambos individuos, uno lumbrera de la pesquisa detectivesca y otro genio de la alta delincuencia, parecieron adquirir una densidad y un brillo dignos del más impetuoso rayo de la más tenebrosa tormenta en alta mar.
Al unísono, los dos hombres sonrieron y, sin mediar palabra, se abrazaron efusivamente.
—¡Ah, viejo sabueso! —Dijo alegremente el profesor— ¡Me estabas esperando!
—No he dejado pasar un solo día sin conocer tus peripecias, truhán! ¡Cuando me dijeron que el Cormoran of Wight llegaba hoy, supe que no podía perderme tu llegada por nada del mundo!
Vinculados por la elegancia y el ingenio que compartían, los dos adversarios comenzaron a caminar por el muelle, intercambiando primicias y gestos amables y alguna que otra palmada desconcertante.
Watson, atónito, no acertaba a hacer otra cosa que arrugar repetidamente el periódico. El bribón que los vendía no dejó de mirarlo con fijación obstinada hasta que el abrumado médico le entregó los ajustados seis peniques, eso sí, con gran dolor de su alma.
© PABLO CABRERA 2022
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